Es el título de la película que pude ver el pasado viernes en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. El film, de nacionalidad iraní, parte de una premisa argumental muy impactante: un hombre pide a gritos un chico joven y fuerte que quiera ganar un dólar al día; al punto, salen desde dentro de unos tubos soterrados, viviendo en condiciones infrahumanas, multitud de chicos chillando: “¡Yo, yo…!” Se hacen las pruebas y resulta elegido uno de ellos. Su misión consistirá en llevar aúpas a la escuela, diariamente, a otro niño, inválido, como si de un caballo se tratara.
La película es impactante y estremecedora, pero la directora no sabe, a mi juicio, qué más hacer con la historia. Recurre a la reiteración compulsiva de secuencias y al tremendismo, lo cual resulta cansino, dentro de un conjunto que se observa rodado muy rudimentariamente. No obstante, tiene mérito su obra porque el gobierno iraní no le dejó rodarlo en Irán alegando que el guión no respetaba las reglas locales. Sin resignarse, Samira Makhmalbaf (nombre de la directora) decidió filmarlo en el vecino Afganistán con actores no profesionales, como en sus obras anteriores. "Elegí este país por la proximidad lingüística y de los paisajes, aunque la película podría tener lugar en cualquier sitio", explicó la cineasta. Pero en Afganistán también tuvo altercados. "Un día de rodaje intenso, con 200 extras, una granada cayó al escenario, hirió a cinco de ellos y a mi asistente. Uno de ellos murió dos días después", relató a los medios de comunicación. "Esta granada quería herir claramente, y gracias a los caballos (situados en la escena), que absorbieron la mayor parte de las esquirlas de la explosión, los daños no fueron mayores. Sin ellos, quizá hoy no estaría aquí", reflexionó durante la rueda de prensa que ofeció. Una directora, sin duda, tenaz y valiente.
La película es impactante y estremecedora, pero la directora no sabe, a mi juicio, qué más hacer con la historia. Recurre a la reiteración compulsiva de secuencias y al tremendismo, lo cual resulta cansino, dentro de un conjunto que se observa rodado muy rudimentariamente. No obstante, tiene mérito su obra porque el gobierno iraní no le dejó rodarlo en Irán alegando que el guión no respetaba las reglas locales. Sin resignarse, Samira Makhmalbaf (nombre de la directora) decidió filmarlo en el vecino Afganistán con actores no profesionales, como en sus obras anteriores. "Elegí este país por la proximidad lingüística y de los paisajes, aunque la película podría tener lugar en cualquier sitio", explicó la cineasta. Pero en Afganistán también tuvo altercados. "Un día de rodaje intenso, con 200 extras, una granada cayó al escenario, hirió a cinco de ellos y a mi asistente. Uno de ellos murió dos días después", relató a los medios de comunicación. "Esta granada quería herir claramente, y gracias a los caballos (situados en la escena), que absorbieron la mayor parte de las esquirlas de la explosión, los daños no fueron mayores. Sin ellos, quizá hoy no estaría aquí", reflexionó durante la rueda de prensa que ofeció. Una directora, sin duda, tenaz y valiente.
Lo que pienso que es interesante para debatir es la metáfora contenida en la historia: el dominante y el dominado, el que usa el poder para tiranizar y esclavizar, pisoteando los derechos humanos, y el que sufre esa situación desde la más absoluta desesperación. Terrible. Los dos menores son dignos de lástima y compasión. Uno porque una bomba destrozó sus piernas y mató a su madre, y está abandonado. Vive la dualidad víctima/agresor. El otro, porque lleva la peor parte, y también sufre el abandono.
Hay otros elementos que llaman la atención de la metáfora: hasta dónde se puede llegar en una relación de ese tipo. Quien se siente en la omnipotencia puede llegar a avanzar en su ejercicio del poder hasta la crueldad. El niño cojo (víctima pero a su vez agresor) desea que sea un caballo de verdad y fuerza la transformación hasta límites de dureza insospechada: le obliga a comer paja, a dormir en una cuadra, a esperar su salida del colegio entre burros, a competir con éstos y ganarles, le pone herraduras, le azota con una fusta y le llama literalmente “caballo”… El niño que hace de caballo vive en una ambivalencia: su odio y dolor por el trato recibido, pero a la vez, llega a lamentarse, en una ocasión, y suplicar (hasta la degradación) ser readmitido cuando el niño cojo le echa porque no le gusta cómo hace su “trabajo” Quizá no tiene otra manera de sobrevivir… Y lo que más escalofríos produce: los adultos asumen impasibles a este drama…
Metáfora que refleja nuestro mundo, un mundo que nos parece lejos pero que una directora iraní nos acerca para que no miremos a otro lado. Un mundo donde los niños llevan la peor parte.