Así me definía en la consulta, la pasada semana, cómo se sentía una persona que padece obsesiones.
Las personas que padecen obsesiones, o lo que las clasificaciones diagnósticas llaman Trastorno Obsesivo-Compulsivo, padecen un cuadro que genera en ellas alta ansiedad y un grado de deterioro de su actividad considerable, pues sus contenidos interfieren notablemente en su vida cotidiana.
Esta semana un paciente me hablaba de la incomprensión que recibe incluso por parte de los más allegados, que piensan que es una cuestión de voluntad. Todo esto aumenta más su culpabilidad y su desánimo. Es un trastorno, y como tal requiere tratamiento. Nadie culpa a un paciente por tener dolor de estómago; pues tampoco se debe culpar a una persona por padecer obsesiones.
Vivir con obsesiones es una tortura que solo lo saben quienes lo padecen. En contra de su voluntad, y aún sabiendo que es absurdo, se pueden enfrascar y quedar atrapados por un pensamiento, imagen o impulso; los contenidos son muy variados: limpieza, orden, simetría, cuestiones sexuales, identidad y las cosas más absurdas que uno se pueda imaginar (por ejemplo contar hasta 100 primero de dos en dos y a partir del número 50 de tres en tres, como le pasaba a una persona… Y así varias, incluso muchas, veces)
El pensamiento (o la imagen, el impulso o el deseo) asedia la cabeza de la persona, como dice el paciente de mi consulta. Las obsesiones peores son las de contenido autolítico, como por ejemplo, pensar repetidamente en que uno va a suicidarse o hacerse daño. O hacer daño a sus seres queridos.
Normalmente, la persona hace esfuerzos por quitarse estas imágenes de la cabeza, por poner fuera de ella los deseos y/o el impulso de hacer/decir algo que se teme mucho y genera alta angustia. Y para ello, la mente crea pensamientos o imágenes cuyo fin es neutralizar ese pensamiento o impulso. Por ejemplo, si pienso en que me tiraré por la ventana, repetirme constantemente lo contrario. Cuanto más esfuerzos se hacen para neutralizar el pensamiento obsesivo, con más fuerza se instala el mismo. La persona queda atrapada en una espiral difícil de salir que le crea enorme confusión, pues ya no sabe discernir entre contenido obsesivo, contenido normal o pensamiento que pretende abortar o cortar la obsesión. Mucho tiempo puede dedicársele a los contenidos obsesivos, de modo que la vida social, laboral y familiar puede verse seriamente afectadas. Al final, el desánimo hace mella en la persona, que se deprime ante semejante sufrimiento. Otro tipo de compulsiones son las denominadas motoras: limpiar (barrer, por ejemplo, meticulosa y ordenadamente, incluso casi sobre limpio); ordenar los efectos personales según un ritual (el caso de una señora que pasaba horas para doblar simétricamente sus faldas) La obsesión es una sobrevaloración de virtudes, así como un temor irracional a que pasen consecuencias temidas (contaminarse o infectarse si no se limpia a conciencia) si no se hace de acuerdo a un protocolo rígido e inflexible. La compulsión sería la conducta motora que se pone en marcha para calmar la ansiedad: en el ejemplo de la obsesión por la limpieza, el acto en sí de barrer de acuerdo a unas pautas fijas llamadas rituales. Estos rituales aliviarían a corto plazo el malestar, pero a largo plazo instalan y agravan el problema.
Las personas que padecen obsesiones, o lo que las clasificaciones diagnósticas llaman Trastorno Obsesivo-Compulsivo, padecen un cuadro que genera en ellas alta ansiedad y un grado de deterioro de su actividad considerable, pues sus contenidos interfieren notablemente en su vida cotidiana.
Esta semana un paciente me hablaba de la incomprensión que recibe incluso por parte de los más allegados, que piensan que es una cuestión de voluntad. Todo esto aumenta más su culpabilidad y su desánimo. Es un trastorno, y como tal requiere tratamiento. Nadie culpa a un paciente por tener dolor de estómago; pues tampoco se debe culpar a una persona por padecer obsesiones.
Vivir con obsesiones es una tortura que solo lo saben quienes lo padecen. En contra de su voluntad, y aún sabiendo que es absurdo, se pueden enfrascar y quedar atrapados por un pensamiento, imagen o impulso; los contenidos son muy variados: limpieza, orden, simetría, cuestiones sexuales, identidad y las cosas más absurdas que uno se pueda imaginar (por ejemplo contar hasta 100 primero de dos en dos y a partir del número 50 de tres en tres, como le pasaba a una persona… Y así varias, incluso muchas, veces)
El pensamiento (o la imagen, el impulso o el deseo) asedia la cabeza de la persona, como dice el paciente de mi consulta. Las obsesiones peores son las de contenido autolítico, como por ejemplo, pensar repetidamente en que uno va a suicidarse o hacerse daño. O hacer daño a sus seres queridos.
Normalmente, la persona hace esfuerzos por quitarse estas imágenes de la cabeza, por poner fuera de ella los deseos y/o el impulso de hacer/decir algo que se teme mucho y genera alta angustia. Y para ello, la mente crea pensamientos o imágenes cuyo fin es neutralizar ese pensamiento o impulso. Por ejemplo, si pienso en que me tiraré por la ventana, repetirme constantemente lo contrario. Cuanto más esfuerzos se hacen para neutralizar el pensamiento obsesivo, con más fuerza se instala el mismo. La persona queda atrapada en una espiral difícil de salir que le crea enorme confusión, pues ya no sabe discernir entre contenido obsesivo, contenido normal o pensamiento que pretende abortar o cortar la obsesión. Mucho tiempo puede dedicársele a los contenidos obsesivos, de modo que la vida social, laboral y familiar puede verse seriamente afectadas. Al final, el desánimo hace mella en la persona, que se deprime ante semejante sufrimiento. Otro tipo de compulsiones son las denominadas motoras: limpiar (barrer, por ejemplo, meticulosa y ordenadamente, incluso casi sobre limpio); ordenar los efectos personales según un ritual (el caso de una señora que pasaba horas para doblar simétricamente sus faldas) La obsesión es una sobrevaloración de virtudes, así como un temor irracional a que pasen consecuencias temidas (contaminarse o infectarse si no se limpia a conciencia) si no se hace de acuerdo a un protocolo rígido e inflexible. La compulsión sería la conducta motora que se pone en marcha para calmar la ansiedad: en el ejemplo de la obsesión por la limpieza, el acto en sí de barrer de acuerdo a unas pautas fijas llamadas rituales. Estos rituales aliviarían a corto plazo el malestar, pero a largo plazo instalan y agravan el problema.
Desde aquí pedimos comprensión para estas personas. Es cierto que también, en ocasiones, hacen sufrir a quienes les rodean, pero los primeros afectados son ellos. Hay que tratar de hacerles comprender que tienen un problema y dirigirles a tratamiento. La medicación es necesaria sobre todo cuando los síntomas cursan con alta angustia y el cuadro se complica con depresión u otros trastornos. El abordaje psicológico es imprescindible, pues aportará a la persona estrategias conductuales para enfrentar las obsesiones. Una vez que se ha conseguido la mejoría, será necesario revisar la propia vida y la personalidad (habitualmente suelen ser personas muy rígidas, disciplinadas, racionales, que constriñen sus emociones, hipermetódicas, categóricas y estructuradas en compartimentos, que sobrevaloran virtudes y que tienen una conciencia muy estricta; también pueden ser muy controladores) para trabajar aspectos de la misma que favorecen las obsesiones.
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