En El Diario Vasco leo la siguiente noticia que preocupa, y mucho: “El fenómeno de la pornografía infantil, cada vez más extendido por culpa de internet, está evolucionando y cada vez son más los «consumidores» de este tipo de material, que, alentados por la «fama» que les ofrece la red, deciden «pasar a la acción» y protagonizar ellos mismos abusos a menores. Es la alerta lanzada por el jefe del Grupo de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil (GDT), Juan Salom, que asegura que si, hasta hace poco tiempo, era difícil localizar a un agresor sexual de menores, ahora es raro que no sea detenido alguno de ellos en cualquiera de las recientes operaciones contra la pornografía infantil en Internet”
Por la noche (día 23 de junio de 2008), en un programa radiofónico de ámbito nacional, un locutor asevera que del mismo modo que el lobby de presión homosexual fue capaz de eliminar la homosexualidad como enfermedad mental de las clasificaciones diagnósticas, no es descabellado pensar que esta otra población (los pederastas) será capaz de quitar este trastorno del mismo manual de alteraciones mentales. Pienso que es una exageración del locutor.
En El Diario Vasco de hoy (25 de junio de 2008) vuelvo a leer que en Internet se ha encontrado una página en la que pederastas reivindican celebrar el día del orgullo pederasta. El Ministro comparece para expresar que perseguirán todas estas exaltaciones y que lucharán para erradicarlas, a ellas y a los pederastas. No obstante, mi preocupación, y mi disgusto, van en aumento. Empiezo a no ver tan disparatado lo que el locutor radiofónico expresaba la pasada noche.
Comparar la pedofilia con la homosexualidad es absurdo. En el segundo de los casos, es una orientación sexual (dentro de la normalidad) libremente escogida por un adulto que desea mantener relaciones sexuales y afectivas con otro adulto los dos, se supone, con consentimiento y con capacidad para decidir. En el primer caso, no hay que soslayar que se trata de menores de edad, con la personalidad sin formar, que no tienen por lo tanto suficiente grado de conciencia para decidir y consentir una relación sexual, que están en una posición de sumisión ante un adulto que domina la relación (por lo tanto, un abuso de poder) Es tener sexo con personas (niños) que aún no pueden comprender. Eso es un abuso en toda regla y como tal deberá seguir siendo considerado siempre. El adulto es quien debe de poner los límites a la relación con un niño. El menor, además, es lo que espera. Todo lo demás es traicionar su confianza y hacerle un daño con consecuencias irreparables, en algunos casos. Lo más dañino para el ser humano es la violencia ejercida por el hombre para el hombre.
La pedofilia viene en las clasificaciones diagnósticas como trastorno mental, y ahí deberá seguir para siempre. Ahora bien, lo más importante no es tanto el trastorno en sí como la incidencia que tiene éste en la capacidad de pensar y actuar, si altera o no el juicio y la voluntad de la persona. Y en casi todos los casos el pedófilo sabe lo que hace y quiere hacerlo. Es una aberración que una persona llegue a violar a un bebé y ante eso no queda otra respuesta que la protección que la ley otorga al ciudadano.
Además de intentar adoptar todas las medidas terapéuticas que sean científicamente contrastadas como eficaces, pienso que las medidas penales deben endurecerse, pues estas personas puede que necesiten el límite externo como un freno cuando no hay autocontrol.
Por otro lado, tendríamos que reflexionar acerca de qué está ocurriendo en nuestra sociedad respecto a los valores morales.
Por la noche (día 23 de junio de 2008), en un programa radiofónico de ámbito nacional, un locutor asevera que del mismo modo que el lobby de presión homosexual fue capaz de eliminar la homosexualidad como enfermedad mental de las clasificaciones diagnósticas, no es descabellado pensar que esta otra población (los pederastas) será capaz de quitar este trastorno del mismo manual de alteraciones mentales. Pienso que es una exageración del locutor.
En El Diario Vasco de hoy (25 de junio de 2008) vuelvo a leer que en Internet se ha encontrado una página en la que pederastas reivindican celebrar el día del orgullo pederasta. El Ministro comparece para expresar que perseguirán todas estas exaltaciones y que lucharán para erradicarlas, a ellas y a los pederastas. No obstante, mi preocupación, y mi disgusto, van en aumento. Empiezo a no ver tan disparatado lo que el locutor radiofónico expresaba la pasada noche.
Comparar la pedofilia con la homosexualidad es absurdo. En el segundo de los casos, es una orientación sexual (dentro de la normalidad) libremente escogida por un adulto que desea mantener relaciones sexuales y afectivas con otro adulto los dos, se supone, con consentimiento y con capacidad para decidir. En el primer caso, no hay que soslayar que se trata de menores de edad, con la personalidad sin formar, que no tienen por lo tanto suficiente grado de conciencia para decidir y consentir una relación sexual, que están en una posición de sumisión ante un adulto que domina la relación (por lo tanto, un abuso de poder) Es tener sexo con personas (niños) que aún no pueden comprender. Eso es un abuso en toda regla y como tal deberá seguir siendo considerado siempre. El adulto es quien debe de poner los límites a la relación con un niño. El menor, además, es lo que espera. Todo lo demás es traicionar su confianza y hacerle un daño con consecuencias irreparables, en algunos casos. Lo más dañino para el ser humano es la violencia ejercida por el hombre para el hombre.
La pedofilia viene en las clasificaciones diagnósticas como trastorno mental, y ahí deberá seguir para siempre. Ahora bien, lo más importante no es tanto el trastorno en sí como la incidencia que tiene éste en la capacidad de pensar y actuar, si altera o no el juicio y la voluntad de la persona. Y en casi todos los casos el pedófilo sabe lo que hace y quiere hacerlo. Es una aberración que una persona llegue a violar a un bebé y ante eso no queda otra respuesta que la protección que la ley otorga al ciudadano.
Además de intentar adoptar todas las medidas terapéuticas que sean científicamente contrastadas como eficaces, pienso que las medidas penales deben endurecerse, pues estas personas puede que necesiten el límite externo como un freno cuando no hay autocontrol.
Por otro lado, tendríamos que reflexionar acerca de qué está ocurriendo en nuestra sociedad respecto a los valores morales.