Es uno de los acontecimientos vitales más dolorosos que existen, pero forma parte inexorable de la vida. Cuando lo vivimos en propia carne, es cuando lo hemos experimentado, y por lo tanto, es cuando sabemos y conocemos de qué hablamos. Quien haya perdido un ser querido (padres, abuelos, tíos, hijos, primos, amigos…) sabe muy bien a que me estoy refiriendo.
No hay ningún ser humano que pueda escapar del manejo, tarde o temprano, de la experiencia de la muerte de alguien afectivamente cercano. La muerte no es algo sobre lo que podamos reflexionar con libertad; es un tema tabú, tanto como lo fue el sexo en su tiempo. Cualquiera que hable del tema en una reunión, será tachado de transmitir “mal rollo”. Incluso se ha apartado a los niños de la experiencia de la muerte de las personas. Los tanatorios son los lugares destinados a este fin, confinados en las afueras de las ciudades, lejos, para no contactar con lo que simbolizan. Por eso está aflorando un tipo particular de trastorno en nuestros días: El de Evitación Experiencial, que surge como consecuencia de la labor educativa de privar a las personas de experiencias que necesitan para su desarrollo psicológico: vivir la frustración, experimentar el duelo, tener un fracaso…
Con la palabra duelo nos referimos en psicología al proceso de elaboración mental de la persona perdida o de una pérdida en general. Tradicionalmente se consideraba que este proceso tenía unas fases delimitadas: un primer momento de shock; un segundo momento de toma de conciencia y rebeldía, de negación y rabia; para, finalmente, pasar a la etapa de la resolución: la aceptación de la muerte y de la pérdida de la persona. Todo más o menos en un periodo de tiempo equivalente a dos/tres meses, como mucho.
Sin embargo, constatamos en la práctica que no hay un guión definido para nadie. Hay gente que no pasa por esas etapas. O se alargan más unas que otras. Lo que sí está claro es que la muerte debe ser elaborada, cada individuo cuenta con una manera de hacerlo, con sus conductas; el dolor se hace más tenue con el tiempo, más soportable, te dicen algunas personas. Pero nada es como antes, aunque lleguemos a conseguir adaptarnos.
Otro de los mitos es que, quien no exteriorice el dolor, no está llevando un proceso psicológicamente sano. Tampoco es cierto. Hay personas cuyo mecanismo para enfrentar un suceso de tal magnitud es la soledad, o pasear…
En cualquier caso, contar con apoyo emocional y familiar, hablar cuando se pueda y se quiera hablar, esforzarse por llevar un estilo de vida lo más normalizado posible (hay que luchar contra la culpa de que quien reanude su vida se olvida del fallecido), manejar el dolor y estar atento a posibles complicaciones (no se entra en depresión sí o sí cuando alguien muere; el duelo es una vivencia por la que hay que pasar y tiene un carácter normal)
Luego, se analiza cada caso en particular porque cada mente y cada cerebro son únicos y procesan las experiencias de una manera propia, idiosincrásica. Y distintas las circunstancias de cada pérdida. El tratamiento psicológico está para quien no puede sobrellevar una experiencia de este tipo, se siente desbordado. Pero hay que vivirla con la convicción de que el ser humano tiene más resistencia al trauma de lo que pensamos.
Para profundizar en este tema, recomiendo este libro: Optimismo inteligente, de María Dolores Avia y Carmelo Vázquez.
No hay ningún ser humano que pueda escapar del manejo, tarde o temprano, de la experiencia de la muerte de alguien afectivamente cercano. La muerte no es algo sobre lo que podamos reflexionar con libertad; es un tema tabú, tanto como lo fue el sexo en su tiempo. Cualquiera que hable del tema en una reunión, será tachado de transmitir “mal rollo”. Incluso se ha apartado a los niños de la experiencia de la muerte de las personas. Los tanatorios son los lugares destinados a este fin, confinados en las afueras de las ciudades, lejos, para no contactar con lo que simbolizan. Por eso está aflorando un tipo particular de trastorno en nuestros días: El de Evitación Experiencial, que surge como consecuencia de la labor educativa de privar a las personas de experiencias que necesitan para su desarrollo psicológico: vivir la frustración, experimentar el duelo, tener un fracaso…
Con la palabra duelo nos referimos en psicología al proceso de elaboración mental de la persona perdida o de una pérdida en general. Tradicionalmente se consideraba que este proceso tenía unas fases delimitadas: un primer momento de shock; un segundo momento de toma de conciencia y rebeldía, de negación y rabia; para, finalmente, pasar a la etapa de la resolución: la aceptación de la muerte y de la pérdida de la persona. Todo más o menos en un periodo de tiempo equivalente a dos/tres meses, como mucho.
Sin embargo, constatamos en la práctica que no hay un guión definido para nadie. Hay gente que no pasa por esas etapas. O se alargan más unas que otras. Lo que sí está claro es que la muerte debe ser elaborada, cada individuo cuenta con una manera de hacerlo, con sus conductas; el dolor se hace más tenue con el tiempo, más soportable, te dicen algunas personas. Pero nada es como antes, aunque lleguemos a conseguir adaptarnos.
Otro de los mitos es que, quien no exteriorice el dolor, no está llevando un proceso psicológicamente sano. Tampoco es cierto. Hay personas cuyo mecanismo para enfrentar un suceso de tal magnitud es la soledad, o pasear…
En cualquier caso, contar con apoyo emocional y familiar, hablar cuando se pueda y se quiera hablar, esforzarse por llevar un estilo de vida lo más normalizado posible (hay que luchar contra la culpa de que quien reanude su vida se olvida del fallecido), manejar el dolor y estar atento a posibles complicaciones (no se entra en depresión sí o sí cuando alguien muere; el duelo es una vivencia por la que hay que pasar y tiene un carácter normal)
Luego, se analiza cada caso en particular porque cada mente y cada cerebro son únicos y procesan las experiencias de una manera propia, idiosincrásica. Y distintas las circunstancias de cada pérdida. El tratamiento psicológico está para quien no puede sobrellevar una experiencia de este tipo, se siente desbordado. Pero hay que vivirla con la convicción de que el ser humano tiene más resistencia al trauma de lo que pensamos.
Para profundizar en este tema, recomiendo este libro: Optimismo inteligente, de María Dolores Avia y Carmelo Vázquez.
1 comentario:
eres un absoluto apasionado de la psi... que alegría... otro más...
Estoy buscando test sobre la evaluación del apego ¿tienes alguna referencia interesante?...
un saludo
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