Hoy quiero hablarles del libro del autor danés Niels Peter Rygaard, con prólogo de Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan, “El niño abandonado”, publicado en la editorial Gedisa.
Llevo 10 años realizando psicoterapia con niños víctimas de abandono, abuso y maltrato, y la verdad es que este libro me ha cautivado porque tiene la virtud de hacer comprensible y sencillo lo que es complicado de transmitir, como son los trastornos del apego y los procesos traumáticos, que habitualmente padecen estos niños.
Desde mi experiencia de tratamiento, ratifico los útiles e interesantes aspectos que aborda el autor. En primer lugar, la evidencia de que los niños que sufren malos tratos durante los tres primeros años van a sufrir las consecuencias a lo largo de la vida, pues en un crucial periodo de organización neuronal, en el cual se sientan las bases cerebrales, el andamiaje que permitirá un óptimo desarrollo emocional y social, no recibieron los cuidados y base segura necesarias para este adecuado desarrollo. Se puede afirmar sin ambages que el maltrato influye en el cerebro, pues genera estrés, y si éste se sufre en periodos críticos y durante tiempo prolongado, el desarrollo, sobre todo emocional, quedará afectado en su funcionalidad. Su cerebro será un cerebro moldeado para sobrevivir, y los pasos al acto, la impulsividad, la dificultad en integrar pensamiento/emoción/acción, el control de las emociones y la agresividad, los problemas para mostrar empatía... caracterizarán a muchos de estos niños.
En segundo lugar, me ha impresionado, pero a la par convencido, que los niños víctimas de malos tratos presentan un desajuste entre edad cronológica y edad madurativa, de tal manera que su edad real se obtiene dividiendo por cuatro su edad cronológica. Así pues, una niña de 12 años, en mi consulta, cuando tiene que abordar la tensión y la frustración que supone que los compañeros se metan con ella, sufre una regresión de tal manera que reacciona como lo haría una de tres años: grita, chilla, rompe a llorar, sufre una rabieta… Y es que haber vivido una experiencia traumática como el abandono favorece que esta niña se autocentre en sí misma y en su supervivencia, teniendo su cerebro fijado en esta posición. No puedo proceder en el tratamiento con ella con las mismas técnicas que lo haría con otra niña.
Llevo 10 años realizando psicoterapia con niños víctimas de abandono, abuso y maltrato, y la verdad es que este libro me ha cautivado porque tiene la virtud de hacer comprensible y sencillo lo que es complicado de transmitir, como son los trastornos del apego y los procesos traumáticos, que habitualmente padecen estos niños.
Desde mi experiencia de tratamiento, ratifico los útiles e interesantes aspectos que aborda el autor. En primer lugar, la evidencia de que los niños que sufren malos tratos durante los tres primeros años van a sufrir las consecuencias a lo largo de la vida, pues en un crucial periodo de organización neuronal, en el cual se sientan las bases cerebrales, el andamiaje que permitirá un óptimo desarrollo emocional y social, no recibieron los cuidados y base segura necesarias para este adecuado desarrollo. Se puede afirmar sin ambages que el maltrato influye en el cerebro, pues genera estrés, y si éste se sufre en periodos críticos y durante tiempo prolongado, el desarrollo, sobre todo emocional, quedará afectado en su funcionalidad. Su cerebro será un cerebro moldeado para sobrevivir, y los pasos al acto, la impulsividad, la dificultad en integrar pensamiento/emoción/acción, el control de las emociones y la agresividad, los problemas para mostrar empatía... caracterizarán a muchos de estos niños.
En segundo lugar, me ha impresionado, pero a la par convencido, que los niños víctimas de malos tratos presentan un desajuste entre edad cronológica y edad madurativa, de tal manera que su edad real se obtiene dividiendo por cuatro su edad cronológica. Así pues, una niña de 12 años, en mi consulta, cuando tiene que abordar la tensión y la frustración que supone que los compañeros se metan con ella, sufre una regresión de tal manera que reacciona como lo haría una de tres años: grita, chilla, rompe a llorar, sufre una rabieta… Y es que haber vivido una experiencia traumática como el abandono favorece que esta niña se autocentre en sí misma y en su supervivencia, teniendo su cerebro fijado en esta posición. No puedo proceder en el tratamiento con ella con las mismas técnicas que lo haría con otra niña.
Rygaard dice así: "Si soslayan o rechazan las necesidades físicas o afectivas del niño, éste desplaza la energía del desarrollo y del juego a su protección (...) Una frustración moderada de sus necesidades es, probablemente, también necesaria para reforzar la independencia. Pero el niño con trastorno de apego reactivo ha sido generalmente forzado a adaptarse a niveles de frustración casi intolerables, mientras que sus necesidades apenas han sido satisfechas" (pág. 81)
Por lo tanto, de lo anterior se derivan, como corolarios, dos aspectos cruciales para todos (padres adoptivos, profesionales…) los que trabajan con niños maltratados: (1) Hay que ponerles objetivos acordes con su edad madurativa (2) Hay que crear una estructura externa, una terapia ambiental en palabras de Niels Peter Rygaard (implicando a padres y/o educadores, profesores, psicoterapeutas, médicos...) que vaya siendo capaz de estructurar internamente al niño. A veces, cuando nos quejamos de que no avanzan, obedecen etc. es que estamos fallando nosotros al no comprender su funcionamiento y posibilidades. Partir de aquí nos ayudará a entenderles mejor. Los mismos profesionales de la psicoterapia debemos dar un cambio en este sentido, así como los profesores, educadores de centros de acogida, padres adoptivos y… sobre todo los responsables de su tutela (la administración pública)
Y, por supuesto, recomiendo, desde todo punto de vista, leer a este autor, del cual se extrae el conocimiento necesario para tratar y educar a los niños víctimas de malos tratos. Su maduración se retarda y el acompañamiento que requieren se prolonga mucho más allá que en el caso de los niños que no sufrieron esas duras experiencias. Son niños normales a quienes lo que les ocurre es que sus tremendas y dañinas vivencias han influido en el desarrollo de su personalidad.