Recientemente, en un encuentro con profesionales de la enseñanza, abordando el tema de la potenciación de la inteligencia emocional en los niños, surgió un aspecto realmente interesante y que da cuenta de la necesidad de la autorreflexión permanente que todos debemos hacer.
Antes de tratar de enseñar técnicas, mediante juegos, cuentos, actividades… que desarrollen la inteligencia intrapersonal e interpersonal en los niños, áreas clásicas que comprenden la denominada inteligencia emocional, hagamos introspección personal.
Seamos plenamente conscientes de que el primer modelo de inteligencia emocional que el niño observa es el adulto, sobre todo adultos significativos (padres, profesores...) Los niños aprenden visualmente. Las actuaciones de las personas, sus conductas, quedan grabadas en su mente, especialmente si tienen potencia emocional, por encima de las palabras. El procesamiento icónico es superior al icoico en la infancia.
Por eso, difícilmente podemos exigir autocontrol si antes un adulto no es modelo de ello. “Un profesor que grita, que chilla, que pierde los nervios fácilmente y no es capaz de mostrar que puede gestionar sus emociones, no puede pretender enseñar inteligencia emocional a los niños” Y esta afirmación la hizo un profesional de la enseñanza (por eso va entrecomillada), la cual tiene mucho más valor porque es un meritorio ejercicio de autocrítica constructiva y da, además, en la diana de cómo debemos educar.
Y, a mí, me vino a la mente, y lo conté, la anécdota de uno de mis profesores de la infancia, el cual siempre nos decía “los libros hay que mimarlos” Pero cuando se enfadaba porque un alumno mostraba una conducta negativa en el aula, la ira le desbordaba de tal manera que agarraba los libros del pupitre y los lanzaba por el aire, tirándolos con mucha violencia. Y nosotros nos dábamos perfecta cuenta de qué nos metacomunicaba.
Antes de tratar de enseñar técnicas, mediante juegos, cuentos, actividades… que desarrollen la inteligencia intrapersonal e interpersonal en los niños, áreas clásicas que comprenden la denominada inteligencia emocional, hagamos introspección personal.
Seamos plenamente conscientes de que el primer modelo de inteligencia emocional que el niño observa es el adulto, sobre todo adultos significativos (padres, profesores...) Los niños aprenden visualmente. Las actuaciones de las personas, sus conductas, quedan grabadas en su mente, especialmente si tienen potencia emocional, por encima de las palabras. El procesamiento icónico es superior al icoico en la infancia.
Por eso, difícilmente podemos exigir autocontrol si antes un adulto no es modelo de ello. “Un profesor que grita, que chilla, que pierde los nervios fácilmente y no es capaz de mostrar que puede gestionar sus emociones, no puede pretender enseñar inteligencia emocional a los niños” Y esta afirmación la hizo un profesional de la enseñanza (por eso va entrecomillada), la cual tiene mucho más valor porque es un meritorio ejercicio de autocrítica constructiva y da, además, en la diana de cómo debemos educar.
Y, a mí, me vino a la mente, y lo conté, la anécdota de uno de mis profesores de la infancia, el cual siempre nos decía “los libros hay que mimarlos” Pero cuando se enfadaba porque un alumno mostraba una conducta negativa en el aula, la ira le desbordaba de tal manera que agarraba los libros del pupitre y los lanzaba por el aire, tirándolos con mucha violencia. Y nosotros nos dábamos perfecta cuenta de qué nos metacomunicaba.
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